Los primeros antecedentes del uso de sal se remontan al 6000 a. C., en el Lejano Oriente, mientras que la más antigua referencia a su producción sistemática está datada alrededor del 3000 a. C., también en Asia. Para esa época ya hay registro de la existencia de rutas y mercados para su comercialización, lo que demuestra que la afición por ella fue suficiente como para impulsar a sociedades enteras a cruzar las fronteras con tal de obtenerla.
Uno de los primeros estudios dedicados a la sal y la cultura en torno a ella corresponde a Commentariorum de sale libri quinque, escrito en 1579 por el erudito español Bernardino Gómez Miedes. En sus más de 700 páginas, el autor se refiere al uso de este producto en la alimentación y en la medicina, así como a los mitos y creencias asociados a él -por ejemplo, a la costumbre de no pasarse la sal en la mano-.
Una actividad con siglos de tradición
Para entonces, el cronista Jerónimo de Vivar ya había documentado la existencia de salinas naturales en las costas de Chile central, donde los aborígenes practicaban la extracción manual del recurso desde tiempos prehispánicos. El interés de los españoles por el mineral posiblemente impulsó la producción y significó la introducción de métodos y herramientas típicos de las salinas europeas. Dicho sistema, empleado en Chile por lo menos desde el siglo XVI, es el mismo que, en principio, continúa empleándose en las salinas tradicionales de la comuna de Pichilemu.
El sistema de producción que se utiliza en salinas como las de Cáhuil, Barrancas y La Villa se basa en la evaporación natural del agua de mar por la energía solar, proceso que elimina el líquido, dejando la sal como residuo. El agua que entra desde el océano se hace avanzar al interior de la salina a través de canales, pasándola sucesivamente a estanques poco profundos o piezas. A medida que el líquido se evapora, va quedando una mezcla cada vez más concentrada de barro, algas y sal, entre otros residuos, que el salinero debe ir separando a mano. La sucesión de piezas por las que va pasando la mezcla forma una calle, que constituye la unidad de producción.
Presente y futuro de las salinas de Pichilemu
El Museo Regional de Rancagua alberga una colección de herramientas representativas de la cultura material salinera de la zona, entre las cuales se cuentan palas de madera, rastrillos, angarillas, pisones, macetas y mateadores. Si bien la actividad ha incorporado algunas innovaciones técnicas en las últimas décadas, dichos artefactos conforman el repertorio tradicional de aparejos salineros, que se ha mantenido inalterado por siglos.
Hoy, la actividad salinera está en franca merma. Quienes la ejercen consideran que este declive se originó en la década de 1980, luego de la entrada en vigor de la ley que estableció la yodación obligatoria de toda sal de consumo humano en el país -medida que, a juicio de ellos, perjudicó al sector artesanal-. Recientemente, sin embargo, con apoyo de la institucionalidad local, los salineros y sus familias se han organizado para poner en valor su producto, esfuerzo que les valió recibir en 2013 la denominación de origen y mejorar así sus condiciones de comercialización. En paralelo, se han puesto en marcha una serie de iniciativas destinadas a dar a conocer este oficio y, de esta forma, contribuir a su preservación.
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